Valentín Aguirre: Una diáspora en casa


Aguirre, una diáspora en casa


“En vez de ir a casa de Valentín Aguirre, como hacía la gran mayoría de los que llegaban de España, Juan llevó a su familia a un hotel cerca de la calle 42 y de Broadway…” Así comienza la descripción de la aventura estadounidense de una familia de asturianos que, como miles de sus paisanos y compatriotas, llegaron a EEUU a principios del siglo XX en busca de mejor fortuna. Resulta muy llamativo ver cómo, en esta crónica de una llegada de asturianos a Nueva York, el no quedarse en casa de Valentín Aguirre funciona como nota distintiva; se trata de una excepción que confirma la regla. Pero ¿quiénes eran “los que llegaban de España”? ¿Y quién era ese Valentín Aguirre que solía recibir a tantos de ellos?

Por suerte, la diáspora vasca a Estados Unidos está relativamente bien estudiada. Y

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Valentín Aguirre (a la derecha) con su gran amigo el boxeador Paulino Uzcudun.

gracias a la nutrida bibliografía que ha surgido en torno a ese fenómeno histórico, sabemos bastante sobre la figura de Aguirre, y sobre el papel que desempeñó en la historia de los Amerikanuak. Sabemos que Aguirre nació en Busturia, Vizcaya en 1871; que ya para 1895, tras haber trabajado varios años en el transporte marítimo entre España, Hispanoamérica y Estados Unidos, se había establecido en Nueva York. Sabemos asimismo que en las primeras décadas del siglo XX, regentaba, con su esposa, Benita Orbe, una pensión en la barriada española más antigua de Nueva York, en la zona portuaria del East River, entre los puentes Brooklyn y Manhattan. Nos consta, además, que en 1913 Aguirre, junto a otros doce vascos residentes en Nueva York, fundó el Centro Vasco Americano en Cherry Street, la misma calle donde tenía la pensión. Se conoce que después, Aguirre y Orbe trasladaron su negocio a la zona portuaria del otro lado de Manhattan, junto al Río Hudson, donde nacía otro enclave de inmigrantes españoles. Existe todavía el gran edificio de ladrillo ubicado en 82 Bank Street que durante décadas fue la sede de su Hotel Santa Lucía, su restaurante Jai Alai, y su agencia de viajes y de empleos. Sabemos, en fin, que en este “Todo-en-uno” de Aguirre, los vascos recién llegados a NY podían hospedarse cómodamente, disfrutar de los afamados guisos de Benita, enterarse del trabajo disponible en NY o en otras partes de EEUU, e incluso sacar su pasaje hacia el destino donde hubiere empleo. Entre las anécdotas que los descendientes de vascos en EEUU todavía cuentan, se recoge la de los hijos de Aguirre y Orbe, que, a lo que se dice, solían acudir a los muelles cuando llegaba algún barco español para reclutar a la clientela al grito de “¿euskalduna zara?”

Esta viñeta, sin duda entrañable, probablemente pertenece al mundo del folklore inmigrante. Lo cierto es que quienes llegaban a Nueva York, ya en los trámites de Ellis Island tenían que dejar constancia de dónde pensaban alojarse, antes de desembarcar en los muelles del Hudson. Ahora que es fácil recorrer on-line los manifiestos de los transatlánticos, podemos apreciar la ingente cantidad de españoles que respondían a la pregunta “¿Residencia en NY?” con las palabras “Casa Aguirre.” Y resulta que muchísimos de los clientes de Aguirre –acaso la vasta mayoría—no habrían entendido la interpelación en euskera de los hijos del hotelero, ya que provenían de otras partes de la península.

Valentín Aguirre, Explorador” es el título de un artículo publicado en La Prensa (NY) en agosto de 1928. El texto narra el viaje a más de 30 ciudades de EEUU que hizo “el héroe vasco de nuestra colonia” acompañando a un tal Mr. Henderson, de la Compagnie Generale Transatlantique, con el objetivo de visitar “todos los agentes de [la naviera] y todas las colonias hispanas en esos lugares.” El texto recoge las impresiones entusiastas de Aguirre ante la hospitalidad y la prosperidad de sus compatriotas españoles. Los nombres de algunos de los lugares que visitó Aguirre en este viaje de siete semanas serán familiares a los conocedores de la diáspora vasca, como Reno (Nevada), Boise (Idaho) y otros. Pero el itinerario de Aguirre también nos permite reconstruir parte del menos conocido archipiélago de enclaves de inmigrantes españoles que ya para 1928 salpicaba la geografía entera del país. Poca gente sabe que en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX emigraron a EEUU decenas de miles de españoles de casi todos los rincones de la península. En las escalas que hizo Aguirre en el cinturón industrial del “Midwest”, por ejemplo, sin duda conocería a los asturianos, gallegos, castellanos y andaluces que trabajaban en las acerías, en la fundiciones de zinc, en las fábricas de coches, u otras industrias pesadas en lugares como Pittsburgh (Pennsylvania), Detroit (Michigan), Minneapolis (Minnesota), Canton (Ohio), y Gary (Indiana). En su paso por Nuevo Méjico y Arizona, probablemente conoció a muchos de los cántabros y castellanos que trabajaban en la ganadería y minería de aquella parte del país. Y en California, tendría oportunidad de conocer a los andaluces, valencianos, extremeños y castellanos que habían emigrado a Hawái, antes de dar un segundo salto al “Estado Dorado.” Nos consta que algunos de estos emigrantes, al querer reclamar a sus parientes españoles, contaron con los servicios de Aguirre.

82 Bank Street, Greenwich Village, New York, donde Valentín Aguirre y Benita Orbe regentaban el Hotel Santa Lucía, el restaurante Jai Alai, además de una agencia de viajes. [Foto cedida por Frances Aguirre]Al volver de este viaje a su casa en Nueva York, Aguirre se encontraría de nuevo con una colonia española que parecía un microcosmos de la diversidad tanto de la península como de la diáspora española en EEUU. La pensión que había tenido en la Calle Cherry se encontraba a pocas puertas de La Valenciana, el hotel y restaurante donde se reunía el Círculo Valenciano; no muy lejos de la Carnicería La Ideal, regentada por gallegos; y a pocos metros del restaurante El Chorrito, propiedad del catalán Sebastián Estrada. Cuando se mudó al otro lado de la isla, se instaló en una barriada principalmente gallega; su vecino y rivalprincipal como restaurador era el asturiano Benito Collada, dueño de El Chico; tenía a pocas manzanas la sede de la Unión Benéfica Española, dirigida por el catalán José Camprubí y que para 1920 contaba con más de 4,000 socios procedentes de toda la geografía española. La historia de la diáspora española a EEUU está todavía por reconstruir, y la gran figura de Valentín Aguirre promete ser una pieza clave de esa reconstrucción.

–James D. Fernández

New York University

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