LA CATÁSTROFE DEL VAPOR RETUERTO EN SAN ESTEBAN DE PRAVIA

Entrada al Puerto San Esteban de Pravia
San Esteban de Pravia, Vista Satelite

A LA MAR ME VOY, MIS HECHOS DIRÁN QUIEN SOY

Colaboración del Sr. Manuel Rodríguez Aguilar. Oficial de la Marina Mercante.
Copyright del Sr. Manuel Rodríguez Aguilar.

El astillero británico William Gray and Co. Ltd., uno de los más importantes entre los numerosos que se establecieron en la localidad de West Hartlepool, inició sus actividades en 1874. Desde hacía más de una década, su propietario compartía nombre y titularidad en otro astillero –Denton, Gray and Co.-, pero las continuas desavenencias de William Gray con su socio John Punshon Denton, le obligaron a tomar la decisión de continuar el negocio en solitario.

Plano de la ría y puerto de San Esteban de Pravia en los primeros años del siglo XX. Revista de Obras Públicas.jpg
Plano de la ría y puerto de San Esteban de Pravia en los primeros años del siglo XX. Revista de Obras Públicas.jpg

En 1876 William Gray estaba al frente de un importante astillero que construía buques y, además, era propietario de seis vapores (cuatro años más tarde serían 14 los vapores), que empleaba en el tráfico de carbón y de minerales por el Mediterráneo y el Mar Negro, transportando cargamentos de grano en su vuelta a Gran Bretaña. En algunos casos los vapores también viajaban hasta Norteamérica, a los puertos de Boston o de Terranova (Newfoundland), moviendo ese mismo tipo de cargas. Su construcción número de 167 era un vapor de nombre PIERREMONT. Fue botado en el mes de abril de 1877 y entregado durante ese mismo año a la propia naviera de William Gray. Se trataba de un buque con casco de hierro, de 1.390 toneladas de Registro Bruto, 890 toneladas de Registro Neto, 2.042 toneladas de Peso Muerto, puente y máquina en el centro, dos palos y dos bodegas de carga. Sus principales dimensiones eran: 75,60 metros de eslora, 9,75 metros de manga y 5,51 metros de puntal. Disponía de dos calderas de vapor y una máquina alternativa de doble expansión que desarrollaba 120 NHP (980 IHP). Todo el equipo estaba fabricado por la firma T. Richardson & Sons, de Hartlepool.

Vapores operando en el puerto de San Esteban de Pravia. Archivo Manuel Rodríguez Aguilar.jpg
Vapores operando en el puerto de San Esteban de Pravia. Archivo Manuel Rodríguez Aguilar.jpg

La flota de William Gray iba poco a poco en aumento, aunque para el PIERREMONT, su permanencia no se alargaría demasiado, puesto que en el año 1899 le salió un comprador: la sociedad noruega A/B Harrington (P. W. Akerstedt), de Hernösand, que lo renombró ANTWERPEN. Diez años más tarde lo adquirió la también naviera noruega A/B Hernodia (A. F. Nätterqvist), que tenía sus oficinas en la misma localidad de Hernösand, manteniendo al vapor el nombre. En 1912 cambiaría de aires al ser adquirido por la naviera italiana A. Costa (L. Ghirardi), con sede en Génova, pintándole en el casco el nombre de UGO. En tan sólo cuatro años pasaría a la flota de la Sociedad Anónima “Naviera Española”, con el nombre de LERIDA y matriculado en Barcelona. La Compañía Marítima Ybai (E. Goiri), de Bilbao, lo compró en 1919 y decidió rebautizarlo YBAI-LUZE. Al cabo de un año pasaría a ser propiedad de la Compañía Naviera Iturri, también de Bilbao, con el nombre de ITURRI-LUZE. En el mes de mayo de 1920 lo vendió a la Compañía Naviera Rontegui (José Rubiera y Mateo Olaso), que le cambiaría el nombre por el de RETUERTO, una bonita localidad vizcaína. Su siguiente propietario sería la Sociedad Anónima Urreiztieta (Joaquín Urreiztieta), de Bilbao, que continuaría con el mismo nombre. La Sociedad Anónima Urreiztieta fue fundada en el año 1923 y en julio de ese mismo año decidió comprar el RETUERTO, el único buque que lució sus colores, destinándole al transporte de cabotaje nacional y, esporádicamente, al de gran cabotaje.

En los años con el nombre de RETUERTO pintado en su casco, el vapor visitó en numerosas ocasiones el puerto de Huelva y en menor medida otros puertos del Sur de la península y del Mediterráneo, como Almería, Valencia, Sevilla o Cádiz. Por la costa Norte, los puertos de Bilbao, Gijón, La Coruña o Vigo, estaban entre sus recaladas frecuentes. En algunas ocasiones navegó al extranjero, transportando cargamentos hasta Swansea, en Gran Bretaña, Savona y Porto Torres (Cerdeña), en Italia, o incluso puertos suecos del Báltico.

Impresionante vista de la barra de San Esteban de Pravia en el año 1923. Archivo José Suárez.jpg
Impresionante vista de la barra de San Esteban de Pravia en el año 1923. Archivo José Suárez.jpg

Acababa de empezar el año 1927. El 24 de enero se encontraba el veterano vapor RETUERTO de arribada forzosa en el puerto de Avilés. Había salido varios días antes de Santander. En el puerto de San Esteba de Pravia le esperaba un cargamento de carbón, propiedad de la Sociedad Industrial Asturiana (SIA), que estaba destinado a Bilbao. El viernes 21 hizo un primer intento de entrada en el puerto asturiano pero, ante su imposibilidad, buscó refugio en Avilés en espera de que mejoraran las condiciones meteorológicas. El tiempo llevaba varios días fatal, con un tremendo temporal del NW que afectaba a todo el Cantábrico, acompañado de chubascos tormentosos, fuertes vientos y enormes olas. Poco antes del mediodía del martes 24, avisado por el consignatario Gumersindo Junquera, el capitán decidió partir de Avilés, pensando que la barra de entrada del puerto de carga estaría abordable. A pesar del mal tiempo, la navegación transcurrió con relativa normalidad y, alrededor de las dos de la tarde, el vigía del puerto de San Esteba de Pravia (Tomás Calvo) tomaba nota de un vapor que se presentaba en las cercanías de la desembocadura de la ría del Nalón.

Por culpa de la intensa marejada y la enorme fuerza con la que la mar rompía en la costa, el puerto se encontraba cerrado. No obstante, el capitán, presionado por el consignatario, tenía la intención de entrar, aunque decidió esperar, capeando el temporal, a que las condiciones fuesen algo más favorables. Llegado el momento oportuno, el capitán solicitó práctico. Una lancha, con el práctico de guardia, se acercó a la entrada del canal para hacer desde allí las señales con las banderas, puesto que el estado de la mar no permitía abordar el vapor en la zona exterior. El capitán maniobró el RETUERTO con el fin de enfilar la proa hacia la entrada, en cuyos laterales se había ido congregando un buen número de vecinos para presenciar la maniobra. Las pésimas condiciones reinantes hicieron que la aproximación no fuera del todo correcta, decidiendo el capitán abortar la maniobra antes de llegar al puntal del faro, metiendo todo el timón a estribor. El vapor se dirigió lentamente hacia el Oeste y después, con gran fatiga, puso proa a la mar. Todos los presentes pensaron que, en aquellas circunstancias, regresaba a Avilés.

Sin embargo, al cabo de cierto tiempo, a las pocas personas que permanecían atentas les pareció divisar la proa del vapor. En efecto, el capitán había decidido forzar la entrada de nuevo, al apreciar cierta mejoría de las condiciones de viento y mar. El RETUERTO, con un angustioso caminar, repetía la maniobra de embocar la entrada y la población regresaba a su sitio expectante. Los prácticos se prepararon de nuevo para ayudarle. Una vez más, las cosas no iban del todo bien, pues en la aproximación surgieron dificultades. En el último momento el capitán mandó meter todo el timón a babor, renunciando a continuar la maniobra. En esta segunda ocasión, el vapor tomó dirección Este, al tiempo que daba tres pitadas, algo que todos los presentes interpretaron como una señal de despedida. El vapor se fue alejando hacia alta mar en medio de enormes cabezadas. Todos los esfuerzos habían resultado estériles, dejando a la tripulación completamente agotada.

Cuando los relojes pasaban unos minutos de las cinco de la tarde, el capitán decidió intentar la maniobra de entrada por tercera vez, puesto que el tiempo se iba consumiendo y la luz enseguida empezaría a escasear. Y lo más importante, parecía que había amainado la violencia de la tempestad, mejorando algo más las condiciones de viento y mar. Los prácticos, desde su lancha, le volvieron a hacer las señales oportunas. Con muchas dificultades, el RETUERTO pudo al final embocar la entrada con la suficiente arrancada. El gentío, que no se había retirado de su privilegiada posición, presenciaba desde tierra como el vapor aparecía y desaparecía de su vista, vapuleado a merced del tremendo oleaje. Cerca de la entrada, de manera repentina, un fortísimo y brusco golpe de mar se abalanzó por la popa, haciendo al vapor perder el rumbo. La proa cayó peligrosamente a estribor y el RETUERTO, lanzado como un pelele, fue a chocar de forma violenta contra varias rocas pertenecientes a los bajos del Garruncho y del Cáncamo, que se encontraban abiertos al Noroeste, y se encargaban de guarnecer las playas de La Percebosa y del Espíritu Santo. Todos los presentes se llenaron de horror ante la tragedia que se avecinaba.

El imponente oleaje fue aconchando al RETUERTO contra las numerosas rocas ocultas por la espuma, especialmente, desde la proa hasta el centro del vapor, dejando más suelta de la mitad de la eslora hacia la popa. Desde primera línea, el inmenso gentío, que presenciaba el desarrollo del desastre a poco más de cuarenta metros de distancia, veía como se le helaba la sangre ante la imposibilidad de ayudar a los desdichados tripulantes. El capitán y el primer oficial daban órdenes a los tripulantes, que intentaban moverse por la cubierta agitando los brazos y profiriendo gritos desgarradores. Enseguida comprobaron que el vapor estaba perdido y que no quedaba más remedio que luchar para salvar la vida. Una tras otra, las olas implacables se ensañaban con el indefenso vapor. Tras un tremendo golpe de mar, lo más parecido a una auténtica pared de agua, numerosas partes se desprendieron del vapor y fueron atrapadas por un mar embravecido y cruel.

Todo el gentío, incluido las autoridades locales y la fuerza de carabineros, estaba dispuesto y deseoso de ayudar, pero no sabían como hacerlo. La angustia era absoluta viendo el terrible espectáculo. Locos de dolor, lanzaron cabos sin obtener resultados positivos. Las olas barrían la cubierta, de proa a popa, y amenazaban con tragarse a los cada vez más aterrados tripulantes. Arrastrando un enorme peligro, el bote de los prácticos y otras embarcaciones intentaron acercarse al moribundo vapor, aunque finalmente desistieron para evitar nuevas desgracias. Desde San Esteban de Pravia se pusieron en comunicación con Avilés y Cudillero, para informarles del desastre, a la vez que solicitaban urgentemente la salida de algún vapor que pudiera prestar auxilio desde la mar.

Los golpes de mar azotaban sin piedad los costados del vapor, que hacían crujir y rechinar el casco de forma dramática. A la media hora, la implacable acción de la mar, unida a la extrema posición que había adoptado el RETUERTO, hizo que el vapor se partiera por el centro en dos, desapareciendo acto seguido la sección de popa. Algunos tripulantes se refugiaron en el castillo de proa, mientras otros se desvanecían de la vista después de lanzarse al agua y perder su lucha personal frente a la furia de la mar. Otra ola gigante arrancó de cuajo el puente y a los que allí se encontraban. Miembros de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos pusieron en acción un fusil lanza-cabos que tenían en la estación de la Junta local. Su resultado fue del todo inútil, porque el cabo siempre caía donde no lo podían recoger los pocos hombres que sufrían a bordo sus últimos momentos (el mal resultado fue achacado a la “falta de práctica”). Los apenados espectadores comprobaron como dos de los hombres aparecieron a bordo de uno de los botes salvavidas, que milagrosamente flotaba. Sus tripulantes, con aquel oleaje y sin remos, poco podían hacer salvo rezar y achicar el agua que entraba, para mantenerse a flote el mayor tiempo posible. Por suerte, la marejada les iba apartando de la costa, desplazando el bote mar adentro. Más tarde se sabría que se trataba del contramaestre y el marmitón.

Desde Avilés partió el pequeño vapor ARNAO, de la Real Compañía Asturiana de Minas, con una tripulación decidida a todo y con los prácticos del puerto de Avilés Ulpiano Rodríguez Bango y Jorge Fernández, que embarcaban de forma voluntaria. Cudillero tenía su puerto cerrado por culpa del temporal, sin poder aportar la ayuda de alguno de sus vapores pesqueros. Poco a poco fue llegando la noche y la oscuridad se hizo completa. Los vecinos encendieron numerosas hogueras en las rocas más altas de la playa. Para los diezmados tripulantes, lanzarse al agua era una peligrosa aventura y, además, la gran mayoría no sabía nadar, pero era la única solución en aquellos momentos tan dramáticos. Unos pocos, los más fuertes batallaron admirablemente hasta su último aliento, pereciendo a la vista de los espectadores, que seguían horrorizados ante los acontecimientos. Asidos a los más variados objetos, los escasos náufragos dialogaban a gritos con el público pidiendo auxilio, que contemplaba la enorme tragedia, mientras el oleaje amenazaba con tragarse el resto del vapor y a sus cada vez más escasos ocupantes. Según pasaba el tiempo se fueron acallando los gritos. Dando todo por perdido, apareció en la orilla un hombre desnudo y completamente extenuado. Todos los vecinos corrieron a atenderle. Se trataba del cocinero, Luciano Urrutia, que había luchado bravamente y de forma desigual con la mar durante más de una hora. Era un superviviente con mayúsculas y todos se volcaron en su atención y cuidado.

Cuando ya era noche cerrada se presentó en la zona el ARNAO, junto a un grupo de intrépidos hombres a bordo dispuestos a dejarse la piel por sus compañeros. En un ambiente de violencia inusitada encontraron el bote salvavidas del RETUERTO con los dos náufragos. Corriendo un gran peligro los pudieron rescatar, prestándoles todo el auxilio con los escasos medios de que disponían a bordo, puesto que ambos se encontraban en esos momentos en bastante mal estado. En medio de tremendos balances y pantocazos continuaron buscando supervivientes hasta las diez de la noche, cuando, sin resultados positivos, pusieron proa a Avilés. A esa hora, la mar comenzaba a enviar numerosos restos del vapor destrozado hasta las playas cercanas.

Al día siguiente de la tragedia, del vapor RETUERTO no quedaba más de una parte del casco “de unos 20 metros cuadrados, y sobre él, un pedazo de la máquina, deduciéndose que el impetuoso oleaje destrozó por completo uno de los costados y arrancó la máquina, hasta dejarla montada sobre el trozo cortado que queda a la vista y empotrada en las rocas, a 50 metros del muelle”, según contaba el mayordomo desde el lugar del desastre. La mar, que continuaba rugiendo, había decidido esconder a sus víctimas ante la desesperación de sus enlutados familiares.

El día de la tragedia, la tripulación del RETUERTO tenía la siguiente composición: capitán: Eduardo Urain Beristain, primer oficial: Luis Trigueros López, primer maquinista: Manuel Algorri, segundo maquinista: León Santa Olaya, contramaestre: Diego Santiago Gallego, carpintero: José Sánchez Riveiro, marineros: José Arufé, Edelmiro Lago, José Manuel Fernández y Manuel Ferrer Fernández, calderetero: Andrés González Pérez, fogoneros: Manuel Lorenzo Fraga, Santiago Martínez Lago y José Benito Ucha Villanueva, paleros: Cándido Ucha Villanueva y Belarmino Cores Ríos, cocinero: Luciano Urrutia Garaizar, camarero: Paulino López, y marmitón: José Lequerica. Dos tripulantes se salvaron milagrosamente, puesto que habían desembarcado en Avilés días antes con el permiso del capitán y, por ese motivo, no viajaban con sus desdichados compañeros. Se trataba del mayordomo, Cesáreo Villanueva García, que se quedó en Avilés para presentarse a los exámenes de patrón de cabotaje, y del ayudante de máquinas, José Domínguez, que pidió permiso para estar con su novia.

El capitán, Eduardo Urain, era natural de Portugalete y tenía 43 años. Estaba casado con Filomena Vega, que pertenecía a una conocida familia gijonesa. Vivían en Gijón y no tenían hijos. Era un experto marino, con más veinticinco años de experiencia por el Mar Cantábrico, navegando en buques de la Compañía Vasco-Andaluza (Naviera Ybarra), naviera que había abandonado poco tiempo antes de la tragedia del RETUERTO. Existe una anécdota relacionada con el naufragio del vapor y con la perra del capitán, que obedecía al nombre “Tula” y que le acompañaba en todos los viajes. Unos vecinos la encontraron en la montaña con las cuatro patas ensangrentadas. Llevársela costó mucho trabajo y para ello tuvieron que atarla, “pues el noble animal no cesaba de ladrar dando frente al sitio en que naufragó el RETUERTO”, como recogía un periódico de la época. El vapor estaba asegurado por sus propietarios en La Unión y el Fénix Español, que abonó en el mes de febrero de 1928 la cantidad de 238.000 pesetas.

Finalmente, el triste balance era de dieciséis tripulantes desaparecidos o fallecidos, todos asturianos, vascos y gallegos. A los rescatados en el bote: el contramaestre, Diego Santiago Gallego, de 30 años, casado y natural de Muros (Pontevedra), y el marmitón, José Lequerica, de 20 años, soltero y natural de Busturia, una vez atendidos en Avilés, se les envió a Bilbao entregándoles la Junta de Salvamento de Náufragos 50 pesetas a cada uno en concepto de socorro. El contramaestre era la segunda vez que se salvaba de un naufragio.

El 4 de febrero apareció el cadáver del palero Bernardino Cores cerca del balneario de Salinas. Cuatro días más tarde aparecería el cadáver del segundo maquinista León Santa Olaya. Ambos fueron trasladados al cementerio de Muros de Nalón para realizarles la autopsia y más tarde se les daría cristiana sepultura. En los siguientes días se celebraron numerosos funerales por el descanso de las almas de los fallecidos y desaparecidos en la tragedia del vapor RETUERTO.

Mientras en la Ayudantía de Marina de San Esteban de Pravia comenzaban los primeros trámites de un sumario con el fin de depurar las responsabilidades por la pérdida del vapor RETUERTO, el Comandante de Marina de Gijón ordenaba instruir un expediente para acreditar los méritos contraídos por los prácticos de Avilés y los tripulantes del vapor ARNAO, que acabaron salvando al contramaestre y al marmitón del vapor siniestrado. Según los periódicos, “el acto de heroísmo de estos dos prácticos y de los demás tripulantes del vapor ARNAO, está siendo, con justicia, elogiadísimo”.

Una vez concluido el expediente, durante el mes de abril de 1928 se procedió en la Ayudantía de Marina de Avilés a la imposición de las condecoraciones. La Sociedad Española de Salvamento de Náufragos concedió medalla de bronce a los prácticos de Avilés Ulpiano Rodríguez Bango y Jorge Fernández, y también a la tripulación del vapor ARNAO, “quienes corrieron riesgo enorme, por lo que se elogia su heroísmo”.

Mi agradecimiento a José Suárez, práctico del puerto y ría de Avilés.

-----------------------------------------------------------------------------

Copyright del Sr. Manuel Rodríguez Aguilar.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA ISLA DE CHACHARRAMENDI Y LOS GANDARIAS

PERSONAJES DE MUNDAKA