Elosu, 21 de octubre de 1936. Un crimen de guerra de los milicianos vascos
22 de octubre de 2020
Cuando publicaron la primera parte dedicada al frente alavés allá por 2006 dos de los autores de este blog, Josu Aguirregabiria y Guillermo Tabernilla (1), pusieron luz a uno de los hechos más deleznables perpetrados por los milicianos vascos en los frentes de guerra, cual era la matanza de 17 civiles inocentes en el pequeño pueblo de Elosu en el otoño de 1936. En plena eclosión del llamado “movimiento memorialístico” un crimen como este, que no era atribuible a acción de guerra alguna sino que, además, fue perpetrado por los milicianos republicanos con alevosía y premeditación, corría el riesgo de quedar sepultado para siempre en la intimidad del ámbito familiar, cubierto de un manto de silencio e incluso de vergüenza, como si ser víctima de cualquier acto contra los derechos de las personas fuese una elección que llevase acarreada, encima, alguna culpa. La desinformación —acentuada por el paso del tiempo-, el peligro de revisar constantemente los hechos de la pasada Guerra Civil sepultando los padecimientos de cada cual según la coyuntura política del momento, nos puede llevar a minusvalorar hasta hacer desaparecer del recuerdo colectivo (y por ende, del relato histórico, reforzando cierta identidad que “legitima los intereses sociopolíticos de los agentes que los reproducen” [2]) cuestiones como esta, que son consustanciales a cualquier guerra civil y que el pueblo vasco ya había conocido ampliamente durante las llamadas carlistadas, aún recientes en el ideario colectivo cuando sucedieron los hechos que hoy comentamos. ¿Cómo si no comprender que aquellas gentes llegasen a interiorizar semejante atrocidad hasta el punto de sentir que aquellos muertos, los suyos, no fuesen ya “políticamente correctos”? Pero en este artículo no incidiremos en lo fundamental de un relato que, basado en fuentes primarias, ya fue publicado en la obra citada, sino en las informaciones con las que no se pudo contar en aquel momento y que han sido ahora recopiladas, como aquellas, por la Asociación Sancho de Beurko.
Tras el estallido de la Guerra Civil, Elosu, situado en el norte de Araba/Álava, quedó en la tierra de nadie en un momento en que el frente no estaba aún estabilizado y eran habituales las incursiones de un bando u otro para requisar alimentos, como sucedió el día 1 de septiembre de 1936, cuando los milicianos gubernamentales obligaron a sus vecinos a acarrear 70 fanegas de trigo hasta la cercana Ollerías. En aquella coyuntura la presión sobre ellos no podía sino ir en aumento y se vieron pronto cuestionados en un momento en que ambos bandos en conflicto recababan informaciones de pastores y baserritarras, lo que fue aprovechado por un hombre a quien todos conocían como El Buey —que se había ganado como espía las simpatías del comandante del batallón comunista Perezagua y jefe de las fuerzas gubernamentales situadas en Ubidea, Julián Texeira- para saldar cuentas pendientes con sus convecinos, con los que había mantenido una violenta trifulca antes de la guerra, llegando el incidente al límite de arrancar la oreja de uno de ellos, siendo detenido y encarcelado por aquellos hechos. Al atardecer del 20 de octubre de 1936 una partida de milicianos del Perezagua bajo el mando de Texeira, a quien acompañaba El Buey, saquearon Elosu y se llevaron con ellos a 17 vecinos, a quienes asesinaron en la madrugada del día siguiente sin miramientos (3).
El pueblo quedaría tan traumatizado por aquella atrocidad que, muchos años después, cuando Aguirregabiria y Tabernilla quisieron recabar algún testimonio les fue prácticamente imposible, aunque la documentación consultada en el Archivo Histórico Nacional —donde por aquel entonces se encontraban los materiales generados por la llamada Causa General- no dejaba lugar a dudas, si bien quedaba por constatar algún testimonio procedente del batallón Perezagua que determinase de modo concluyente la autoría de aquellos milicianos comunistas procedentes de la Zona Minera de Bizkaia en aquellos hechos. La responsabilidad de El Buey —a quien no se citará por su nombre, pues ya se hizo en la publicación del 2006- adquiere tintes de verdadera tragedia personal por cuanto era, además de vecino del pueblo, pariente de alguno de los asesinados. Su implicación, posiblemente motivado por un ansia de venganza, está totalmente probada, incluso figura adscrito a la plana mayor (jefatura) del batallón con la graduación de cabo en la nómina de la 2ª Quincena de noviembre de 1936 (4).
Según relata un nieto de un miliciano del Perezagua que no desea que su nombre figure en este artículo y que ha sido recogido por los autores en 2020, oyó a su abuelo contar como “entraron en un pueblo de Álava y entre los 16 y los 60 años fusilaron a todos los varones. El motivo era que dos del Perezagua habían desaparecido y después fueron encontrados ahorcados”, por lo que se trató de una represalia orquestada por la propia jefatura del batallón, cuya responsabilidad es indelegable. Sin embargo, sabemos que también ejecutaron a cinco mujeres y que la edad de las víctimas estaba entre los 17 y los 70 años (5), con lo que el relato, si bien es esclarecedor de la autoría del Perezagua, tiene algunos errores y/u omisiones que son perfectamente comprensibles teniendo en cuenta la gravedad de aquellos hechos y el modo en que fueron sociabilizados en la memoria colectiva de un batallón cuyos milicianos se enfrentaron en muchas ocasiones a situaciones límite durante la campaña: Isuskitza, Villarreal, Asturias, Barazar, Mañaria, Iurre y Artxanda. Nada como la guerra para deshumanizar a los hombres.
Pero aún hay un segundo testimonio sobre aquellos hechos que no fue incluido en el libro sobre el frente de Álava del 2006, y era el del párroco de Nafarrate, Domingo Jakakortexarena Garmendia, euskaltzale y nacionalista vasco, más conocido como Aita Txomin, que sería capellán del batallón Araba (PNV) durante la Guerra Civil. Tras ser detenido por los rebeldes y trasladado a Vitoria al comienzo de las hostilidades, se encontraba de vuelta en Nafarrate ejerciendo su ministerio cuando sucedieron los hechos de Elosu. Según el relato de Jakakortexarena, la cuestión de los dos milicianos del Perezagua que cayeron muertos —la mecha que prendió la pólvora- es cierta, pero no se parece a la versión que luego sería difundida entre los miembros del batallón comunista. El testimonio del sacerdote, natural de la localidad guipuzcoana de Berastegi, fue recogido en su libro “Dos ideales en la vida” y ha llegado hasta nosotros gracias a Jon Gotzon Laburu.
Un día nos llegó una noticia lamentable, que hizo erizar los pelos a todos nuestros gudaris. Vigilando el frente de Elosua estaba aquel Comandante Rojo, esmirriado y seco que me quiso llevar a la pared de la iglesia para fusilarme (Texeira) y claro, igual que al Comandante del “Meabe”, a él también se le ofreció para ayudar como secretario, aquel malvado, pleitero y seudo-intelectual que el pueblo le tenía arrinconado, del que antes de ahora hemos hablado, y como en traicioneras maldades ambos eran iguales, se entendían muy bien para hacer desaguisados. En uno de aquellos días, parece que salieron dos soldados hacia el monte y cayendo en una emboscada de los fascistas, mataron a ambos. Estos dos traidores echaron la culpa a los del pueblo, sugiriendo que alguno avisó a los fascistas cómo iban dos soldados del Batallón al monte y para escarmiento decidieron matar a todas las derechas del pueblo. Esta oportunidad aprovechó aquel malvado del pueblo para poner en la lista a todos los que él odiaba. Los llevaron, a todos los que él señalaba, casa por casa, a un rincón solitario, muchachitos, niñas, jovencitos y sus padres y madres poniéndoles a todos en filas, mostrándose insensibles ante los gritos de los niños, los llantos de las madres y los improperios de los padres, con unas ráfagas de ametralladoras silenciaron a todos para siempre. Lo más espantoso de todo ello era que los hermanos mayores de aquellos niños, y los hijos de aquellos padres y madres ejemplares, ofreciéndose como voluntarios estaban luchando en nuestro Batallón “Araba”, defendiendo Euzkadi. Cuando nuestros gudaris supieron que aquellos bestias salvajes rojos les mataron a sus hermanos, hermanas, padres y madres, decidieron liquidar el batallón “Perezagua”.
A los Jefes y a los Capellanes, nos costó convencerlos para que no echaran sobre sus hombros esa grave y tremenda responsabilidad de tomar la justicia por sus manos, haciendo tan horrendo linchamiento. Les tuvimos que prometer, que aquel crimen colectivo de ninguna manera dejaríamos sin su debida sanción, dándoles nuestra palabra de que elevaríamos, al tribunal de guerra, la denuncia, prometiendo que allí nos presentaríamos como testigos. Al fin, la justicia que pensábamos hacer la hicieron los fascistas, tomándonos la delantera, ya que en un ataque lograron tumbarle de bruces a aquel Comandante esmirriado, petizo y seco con una bala que le atravesó el corazón y haciendo prisionero al malvado secretario, a la vista de todo el pueblo, le ahorcaron en el mismo pueblo de Elosua (6).
Si bien el testimonio de Jakakortexarena no es preciso en cuanto a las fechas, pues mezcla algunas cosas, deja meridianamente clara la responsabilidad del batallón Perezagua y de su comandante Texeira, un hombre a quien conocía bien, pues dio orden de fusilarle cuando los milicianos vascos llegaron a Nafarrate al comienzo de la batalla de Villarreal. Tampoco acierta el sacerdote con el final de los responsables de la matanza, ya que a Texeira —al menos que nosotros sepamos- se le pierde la pista en Santoña, donde los gudaris del batallón Araba intentaron ajusticiarle por los hechos de Nafarrate, por lo que fue detenido por los nacionalistas vascos para garantizar su seguridad, siendo puesto en libertad poco después con la promesa de abandonar la villa cántabra. En cuanto a El Buey, regresó a Elosu y se escondió en casa de su cuñado, a quien amenazó para que no lo denunciase, pero fue detenido por la Guardia Civil del cuartel de Villareal y trasladado a la cárcel de Vitoria, de donde salió el 28 de julio de 1938 con destino a la prisión de Donostia-San Sebastián, siendo ajusticiado a garrote vil el 30 de octubre de 1939 a la edad de 49 años. En los últimos tiempos, de manera discreta y prudente como corresponde a quienes han llevado en la intimidad el dolor durante décadas, las familias de Elosu han dedicado una placa para honrar la memoria de sus seres queridos en el cementerio del pueblo. En la Asociación Sancho de Beurko nos queda la satisfacción de haber contribuido a aportar los materiales para que esta historia no pase al olvido.
(1) Josu Aguirregabiria y Guillermo Tabernilla. (2006). El frente de Álava. Primera parte: del 18 de julio a la batalla de Villarreal. Bilbao: Ediciones Beta.
(2) Francisco Sevillano Calero. (2003). “La construcción de la memoria y el olvido en la España democrática”. Ayer, 52, pp. 297-320. Citado en Xabier Roigé. “De monumentos de piedra a patrimonio inmaterial. Estrategias políticas, museológicas y museográficas de presentación de la memoria”, en Iñaki Urtizberea (ed. 2016). Lugares de memoria traumática. Representaciones museográficas de conflictos políticos y armados. Bilbao: UPV-EHU. P. 43.
(3) Josu Aguirregabiria y Guillermo Tabernilla. Op. Cit. Pp. 84-87.
(4) Caja 15, Expte 2 (Archivo Histórico de Euskadi).
(5) En el libro “El frente de Álava” del 2006 hay algunos errores de transcripción que tienen su origen en la documentación de la Causa General consultada por los autores en el AHN, que se han corregido en este artículo. Los 17 asesinados, entre los que había muchachos y mujeres, eran Timoteo González de Mendívil (53), Valentina Urquiola (47), Félix González de Mendívil Urquiola (21), Leocadio Urquiola González de Mendívil (37), Celedonio Urquiola González de Mendívil (34), Victoriano Urquiola González de Mendívil (47), Antonio García de Cortázar (53), Juana Armentia Chopitea (57), Antonio García de Cortázar (17), Félix Basabe (69), Andrés Basabe (35), Teresa Viteri (60), Dolores Domínguez Puértolas (70), Román Sáez de Buruaga (64) , Lucía Ruiz de Erenchun (64), Eugenio de Mendizábal (54) y Juan Ruiz de Erenchun Garmendia (40). Según un testigo, en la exhumación de los cuerpos apareció un cadáver que haría el número 18, pero no se ha podido averiguar la identidad de este. Afirma que se trata de un miliciano que se negó a participar en el crimen. La primera vez que se situó con precisión el lugar donde sucedieron los hechos fue en un artículo sobre los nidos de Ollerías de la Asociación Sancho de Beurko (https://www.cinturondehierro.net/es-es/Comunidad-Fortinera/Blog/ID/184/Los-nidos-de-Ollerias-historia-tipologia-y-grafitis-1-parte-por-Josu-M-Aguirregabiria-y-Jose-Angel-Brena).
(6) Jon Gotzon Laburu. (2005). La odisea del batallón Araba. Una lucha por la d
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