MEYOMAR, UN VIEJO NOMBRE -INÉDITO Y OLVIDADO- PARA SUKARRIETA.


 

MEYOMAR, UN VIEJO NOMBRE -INÉDITO Y OLVIDADO- PARA SUKARRIETA.
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Paseando por la pequeña playa de Abiña (Sukarrieta) en bajamar, y cruzando por la arena del istmo arrasado hasta el peñasco vecino, me asaltan la memoria todos los nombres históricos que, con más o menos acierto, se han atribuido a este lugar, situado en el centro vital de las marismas de Urdaibai. Entre otros, se ha llamado Pedrenales (siglos XIV a XVII), Pedernales (siglos XVIII a XX) y Sukarrieta (siglos XX y XXI); así como Santandrés, San Andrés, Sandindere/i y Sandinere. También se llamó Meyomar, por lo menos en los siglos XVI y XVII. Pero hoy se nos ha olvidado.
 
Nos lo recuerda con su habitual precisión el ayalés Francisco de Mendieta en su inédito e incompleto “AErario de la Hidalguía y Nobleza Hespañola y plaza dArmas de Vizcaya” (escrito entre1597-1612):
“Pedrenales.
 
El segundo voto en la Junta General de Vizcaya es la anteiglesia de Santandres de Pedrenales, pegante a la de Mundaca; por otro nombre se llama S. Andrés de Meyomar, y es así que está metida una porción de peñasco dentro el brazo de mar y en el dicho peñasco, la iglesia, que según su edificio muestra mucha antigüedad. El patronazgo de esta iglesia y pueblo es del número de las mercenarias y el año 1383 le poseya Ruy Sanchez de Mundaca y ahora la tiene la casa de Arteaga.”
Es mucha información valiosa condensada en pocas líneas, y conviene analizarla por partes. Esta Piedra o Peñasco en medio del mar (dentro del brazo de mar) es el origen histórico de Pedrenales, topónimo derivado del latín medieval “petrae- pedrae”, asimilable en nombre y ubicación al viejo asentamiento de Pedreña, en la bahía de Santander, y que significa simplemente "Las Piedras" o "Las Peñas".
La iglesia de Santandres, cuyas ruinas aún son visibles hoy en día y que mostraba “mucha antigüedad” ya en el siglo XVI, es probablemente una fundación prerrománica del siglo X, en la órbita política y artística de la monarquía asturiana de Alfonso III; igual que su vecina de la “isla” de la orilla de enfrente, San Lorenzo de Isla (Gautigiz Arteaga). 
 
Desde 1379 la iglesia de San Andrés y el islote sobre el que se alzaba eran propiedad del rey de Castilla, Juan I, aunque sin duda los había heredado de su madre, doña Juana Manuel, la última Señora de Bizkaia. La iglesia y su cementerio anejo, la isla y toda la feligresía de Pedrenales, a ambos lados de la Ría, eran de realengo. Pero el rey entregaba esta y otras muchas iglesias vascas, como merced (iglesia mercenaria), a los grandes patriarcas guerreros que le ayudaban con sus hombres y barcos en las campañas militares, para que pudieran explotarlas como una fuente de ingresos recaudando los diezmos y primicias de los labradores. Por lo que dice Mendieta, el primer patrono de Santandres de Pedrenales en el siglo XIV fue el pequeño jauntxo mundaqués Ruy Sanchez, pero ya desde el siglo XV hasta el siglo XIX cayó en las garras de los todopoderosos señores de la torre de Arteaga, los auténticos amos de Urdaibai. 
 
Con los impuestos eclesiásticos que recaudaban, debieron ser los señores de Arteaga quienes encargaron y pagaron la construcción de un puente de cinco arcos que se apoyaba sobre los dos grandes bloques de piedra de ofita (una roca ígnea con irisaciones verdosas de color piel de lagarto) que afloraban en la arena de Abiña formando el istmo que unía al islote calizo con la tierra firme, y que permitía a los vecinos asistir a misa sin mojarse los pies, incluso con marea alta. No me cuesta ningún esfuerzo soñar en la imagen de los vecinos bajo la lluvia caminando sobre el puente en pleamar hacia la Peña de Sandindere, coronada por una iglesia blanca con su cementerio parroquial. Hoy sería la estampa turística más reproducida de la Reserva de la biosfera de Urdaibai. 
 
El puente fue destruido por una tormenta y los patronos se negaron a rehacerlo. A cambio propusieron la construcción de una nueva iglesia de San Andrés en terreno seguro, con proyecto del maestro elorriano Gabriel de Capelastegui, que se consagró el 16 de mayo de 1789. Este templo actual se edificó sobre la antigua ermita dedicada a San Nicolás Obispo y ello favoreció que en el siglo XIX se acuñara un nuevo nombre para Pedernales, apocopando San Nicolás en euskera como “Samikola”. 
 
El topónimo “Meiomar” aplicado al peñasco de Sandindere es el más misterioso; no tanto por su significado, que parece transparente –en medio del mar- como por su origen lingüístico e histórico. A mi me suena a portugués. Y me recuerda de inmediato la bellísima imagen de la capilla de “O Senhor da Pedra … no meio do mar”, una iglesita barroca de fines del siglo XVII varada sobre un peñasco en la playa de Miramar de Vila Nova de Gaia, con fama de haber sido lugar de cultos marinos ancestrales. Sabemos de sobra que los puertos de la costa vasca practicaron un intenso intercambio comercial con Oporto, y más aun con Aveiro desde el siglo XV al XVII, donde cargaban sal para las pesquerías de Terranova y simiente de lino para las plantaciones de los caseríos vizcaínos y guipuzcoanos, y esta es una primera explicación que se me ocurre para el topónimo Meiomar, que era común para denominar a Pedrenales en el siglo XVII.
 
La forma corrupta de “Pedernales”, con la que todavía hoy se conoce al pueblo en castellano, es fácil de interpretar como un intento de corrección o hipercultismo introducido por curas o escribanos latinizados del siglo XVIII. Igual que del latín “pater” o “mater” se había derivado “padre” y “madre” en castellano, malinterpretaron que el auténtico original “Pedrenales” era una incorrecta pronunciación local derivada de un más antiguo –e inexistente- “Pedernales”.
Error sobre error, el asunto del nombre del pueblo se termina de complicar cuando Arana ta Goiri´tar Sabin / Sabino Arana y Goiri, decide contraer matrimonio con Nicolasa Achicallende e Yturri, “Abina´ko uso zuria”, la blanca paloma de Abiña; la heredera dotal de Abiña, la “Nikole bijotzekua” del excelente libro de Edorta Jimenez (2021). Movido por su afán “garbizale” Sabino pide a Nicolasa que escriba siempre su nombre con “k” y terminado en “e”; además investiga tan a fondo como puede en los archivos parroquiales para intentar extirpar el “Allende” de su apellido paterno, que le suena a puro castellano, sin llegar a descubrir las fogueraciones de Errigoitia del año 1641 y 1704 en las que se cita “la casa de Achica la de Allende” o “Achica Andicoa”. Además interpreta literalmente el topónimo erróneo Pedernales siguiendo el diccionario de la lengua castellana, como: “Piedra dura, y como transparente, que herida con el acero arroja chispas, y por eso usan de ella en las armas de fuego, labrada y cortada a este intento. Latín. Silex, icis”. Es decir, cree que se refiere al sílex, la “piedra de fuego” tan habitual en los chisqueros de mecha y las armas de chispa de la época, y lo traduce literalmente al euskera como “Su(k)arrieta”, imaginando que ese sería el nombre euskaldun primitivo de la localidad. Algo así como The Flintstones (Los Picapiedra en inglés). 
 
Sabino Arana no podía saber que Pedernales era un nombre moderno y corrupto de la localidad, pero además ignoraba otras dos cosas que podían haberle ayudado a hacer otra propuesta más correcta para rebautizar el pueblo en el que acabaría reposando durante la etapa final y más feliz de su vida. No sabía que ya existe un precioso topónimo vasco que significa exactamente “pedernales” o “lugar abundante en sílex”, y ese es Mugurutza. Corrígeme si me equivoco, Felix. Y tampoco sabía que en Sukarrieta no existe ningún yacimiento geológico natural de sílex. Resulta que en la supuesta tierra de los pedernales/suharriak no hay pedernal natural. Me lo confirma el Dr. Mikel Aguirre, uno de los mejores talladores de sílex del mundo, director de la excavación arqueológica de la cueva de Antoliñe –en la orilla opuesta- y descubridor del fondeadero romano y medieval de Portuondo. Y lo corrobora en su tesis doctoral Andoni Tarriño: “El sílex en la Cuenca Vasco Cantábrica y Pirineo navarro: caracterización y su aprovechamiento en la Prehistoria”, Monografía 21, Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, Santander (2006). Sin embargo es cierto que el mismo Mikel Aguirre y otras personas han recogido muchos bolos patatoides dispersos de sílex en el entorno de la cala de Portuondo, y es previsible que también existieran en Arketa; pero estos pequeños nódulos de sílex no proceden de Bizkaia, sino de la erosión marina de la creta del Canal de la Mancha. Es decir, casi con toda certeza fueron transportados a Urdaibai como lastre de bodega en los barcos que hacían la ruta de Flandes en los siglos XV y XVI, y arrojados al agua durante el deslastrado de la embarcación.
 
Entre 1900 y 1903 el propietario de la isla de Sandindere fue Sabino Arana, que quiso rebautizarla como "Deun Ander", aunque en esto nadie le siguió; ni siquiera su familia política. La adquirió junto a otros terrenos de Iturburu y Santarena para completar el polígono de parcelas colindantes con el caserío Abiña, que su esposa Nikole Atxikallende había recibido como dote en el contrato matrimonial. Tras el fallecimiento prematuro de Sabino Arana, Nikole heredó todas sus propiedades, para gran enfado de su cuñado Luis Arana, que nunca la aceptó y que insistía en llamarla “la Nicolasa” para humillarla. Aunque los dos abuelos de Nikole eran errigoitianos, sus dos abuelas, por el contrario, tenían profundas raíces en Urdaibai. La abuela paterna, Kontxi Atxirika Madariaga, era busturiana por los ocho costados, y la materna, Madalena Abina Aberasturi, era la heredera en línea recta del linaje de Abina, los guardianes de Las Piedras de San Andrés desde los siglos oscuros de la Edad Media. Nikole encarnaba a una saga de mujeres vascas empoderadas. 
 
En enero de 1907 Nikole inscribió a su nombre en el registro de Gernika “la isla titulada Sandindere en el punto llamado Avina”. Era el paso previo para poder venderla. Se la vendió a Claudio Urrutia por 15.000 pesetas y aun está en manos de sus descendientes. Lo ha contado en estas páginas Txato Etxaniz, siguiendo a Zeferino de Xemein. 
 
1926. Plano Diego de Basterra.

 
Todavía en 1926, Nikole, reconvertida de nuevo oficialmente en Nicolasa Achicallende, tendría un gran protagonismo en una crisis de jurisdicciones territoriales que se desató en este, aparentemente, pacífico rincón de Urdaibai. Durante la dictadura de Primo de Rivera “el Ayuntamiento de Busturia solicitó ante el Ministerio de la Gobernación la agregación de los terrenos pertenecientes a las caserias de "Urquizuri" y "Abina" o "Abinaga" y la isla de Chacharramendi pertenecientes a la jurisdicción del Ayuntamiento de Pedernales”. La solicitud, basada en la continuidad territorial terrestre, motivó que se dibujaran dos excelentes planos de detalle de la zona, realizados por el ingeniero de caminos Bernardo Laja y el arquitecto Diego de Basterra, en los que se ve la planta de la isla de San Andrés y la ubicación de los dos bloques de ofita que habían servido de apoyo al puente. Uno de ellos, el más próximo a la costa, fue arrasado por orden de las monjas que dirigían la colonia escolar Nuestra Señora de Begoña para ampliar el espacio de juegos de la playa. 
 
Entre quienes más enérgicamente se opusieron a la anexión de Abiña y Sandindere por Busturia estaban Nicolasa Achicallende –cuya firma podemos ver en uno de los escritos de protesta de los vecinos de Pedernales- y el párroco que tanto la había protegido siempre, Pedro de Burgoa y Aldecoa. En los interrogatorios que tuvo que pasar Nikole siempre se hace mención a que “estuvo casada en primeras nupcias con D. Sabino de Arana y Goiri (q.e.p.d.) que fue fundador del Partido Nacionalista”, sin citar sus segundas nupcias con su vecino de toda la vida, el capitán de la marina mercante Eugenio Alegria, ni su segunda viudedad provocada por la pandemia de gripe de 1918.
 
Cuando Sabino Arana se casó con Nikole la presentó a su familia y a sus correligionarios disculpándola como “Una humilde y sencilla aldeana”. No sabían que al amar a Nikole, “Abina´ko uso zuria”, estaba haciendo el amor con las raíces más profundas de Bizkaia. Lo declaró Don Pedro en 1926: “Don Pedro de Burgoa y Aldecoa, Cura ecónomo de la iglesia parroquial de San Andrés Apóstol de la anteiglesia de Pedernales, provincia de Vizcaya, diócesis de Vitoria. Certifico que: la casería Abina, y no Abinaga como vulgarmente, erróneamente le llaman, pertenece a mi feligresía, según tradición de padres a hijos desde la fundación de la iglesia efectuada en el siglo décimo; oficialmente, puedo demostrar que el año 1566 ya eran feligreses de San Andrés, mejor dicho de Sandiender…”. Sandiender, otro nombre a añadir a la lista.
 
Paseando por la pequeña playa interior de Abiña ¡cuántas historias en medio del mar! Ayyy Meyomar...
 
De Alberto Santana

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