LAS SACAS
LAS SACAS
Roldana Editorial – 1981
Roldana Editorial – 1981
Portadas.
Patricio P. Escobal, nace en Logroño el 24 de Agosto de 1903. De niño y con su familia, marcha a vivir a Madrid; cursa sus primeros estudios en el Colegio de San Martín de las Rosas de los Jesuitas, terminando el Bachillerato en los Marianistas; posteriormente se matricula en la Escuela de Ingenieros Industriales y permanece en ella hasta su graduación.
En el año 1934, toma posesión de la plaza de Ingeniero del Ayuntamiento de Logroño; del que es expulsado a raiz de la huelga de Asturias, por su afiliación a Izquierda Republicana. Contra esta decisión, aplica un contencioso, llevado por Sánchez Román, prestigioso abogado madrileño. Con el triunfo del Frente Popular en 1936, no hubo necesidad del citado contencioso y se reincorpora al Ayuntamiento Riojano.
A primeros de Enero de 1935 contrajo matrimonio con Mª Teresa Castroviejo, y en la primavera de 1936 nace su hijo Pedro Ramón.
Permanece prisionero en las cárceles del Movimiento y posteriormente confinado en Pedernales (Vizcaya), hasta mediados de Junio de 1940. Este es el período de su vida relatado en Las Sacas.
Después de su liberación; liberación que se produce, quizás, por considerarlo prácticamente muerto y sin posibilidades de supervivencia; se instala en los Estados Unidos. Por ser residente extranjero no puede trabajar en industrias de guerra y, toda la industria nacional Norteamericana, en aquellos momentos, estaba considerada como industria de guerra (Segunda Guerra Mundial). Toma contacto con exiliados españoles, tales como : Fernando de los Ríos, Navarro Tomás, Francisco García Lorca y otros muchos, con los que intima profundamente.
Como medio de subsistencia, abre una tienda de electrodomésticos en Nueva York. Una vez revalidado su título, catorce años más tarde, comienza a trabajar en la industria privada, y, en el año 1957 ingresa en el Ayuntamiento de Nueva Cork, hasta su jubilación, trece años más tarde.
Regresa por primera vez a España en 1958, con el fin exclusivo de ver a su madre, retorna durante seis años más, hasta la muerte de esta última en 1964.
Escobal, hombre de corazón abierto, regularmente vuelve al País que el vio nacer, abriéndose a él, y en sus ojos anida como un deseo de llevárselo a través del océano.
Patricio P. Escobal, nace en Logroño el 24 de Agosto de 1903. De niño y con su familia, marcha a vivir a Madrid; cursa sus primeros estudios en el Colegio de San Martín de las Rosas de los Jesuitas, terminando el Bachillerato en los Marianistas; posteriormente se matricula en la Escuela de Ingenieros Industriales y permanece en ella hasta su graduación.
En el año 1934, toma posesión de la plaza de Ingeniero del Ayuntamiento de Logroño; del que es expulsado a raiz de la huelga de Asturias, por su afiliación a Izquierda Republicana. Contra esta decisión, aplica un contencioso, llevado por Sánchez Román, prestigioso abogado madrileño. Con el triunfo del Frente Popular en 1936, no hubo necesidad del citado contencioso y se reincorpora al Ayuntamiento Riojano.
A primeros de Enero de 1935 contrajo matrimonio con Mª Teresa Castroviejo, y en la primavera de 1936 nace su hijo Pedro Ramón.
Permanece prisionero en las cárceles del Movimiento y posteriormente confinado en Pedernales (Vizcaya), hasta mediados de Junio de 1940. Este es el período de su vida relatado en Las Sacas.
Después de su liberación; liberación que se produce, quizás, por considerarlo prácticamente muerto y sin posibilidades de supervivencia; se instala en los Estados Unidos. Por ser residente extranjero no puede trabajar en industrias de guerra y, toda la industria nacional Norteamericana, en aquellos momentos, estaba considerada como industria de guerra (Segunda Guerra Mundial). Toma contacto con exiliados españoles, tales como : Fernando de los Ríos, Navarro Tomás, Francisco García Lorca y otros muchos, con los que intima profundamente.
Como medio de subsistencia, abre una tienda de electrodomésticos en Nueva York. Una vez revalidado su título, catorce años más tarde, comienza a trabajar en la industria privada, y, en el año 1957 ingresa en el Ayuntamiento de Nueva Cork, hasta su jubilación, trece años más tarde.
Regresa por primera vez a España en 1958, con el fin exclusivo de ver a su madre, retorna durante seis años más, hasta la muerte de esta última en 1964.
Escobal, hombre de corazón abierto, regularmente vuelve al País que el vio nacer, abriéndose a él, y en sus ojos anida como un deseo de llevárselo a través del océano.
Pedernales (mediados de noviembre de 1937). Pag. 292.
Un coche ambulancia esperaba a la entrada del Hospital Provincial y en él fui depositado con la camilla. Al salir de Logroño un choque con otro automóvil estuvo a punto de hacer imposible el viaje. Sin otros incidentes llegamos a Pedernales en menos de cuatro horas.
La carretera de Guernica a Bermeo está rodeada de bellos pueblecitos esparcidos por las laderas de los montes, paisaje característico de las provincias vascas. A distancia media entre los pueblos de Busturia y Mundaca está Pedernales. Las casas de sus escasos doscientos vecinos estaban la mayor parte agrupadas en lo alto de una colina a la derecha del camino. Pedernales tenía una vida intensa en el verano, cuando acudían de Bilbao los veraneantes en busca del aire puro de mar y montaña, el resto del año parecía una aldea silenciosa de carácter casi bíblico. Aparte del tren de vía estrecha en la estación terminal, algún automóvil de línea o coche particular, y por la noche los camiones del pescado procedente de Bermeo, lo único que se oía a intervalos era el chirrido de las carretas de bueyes, cuyas toscas ruedas de madera y primitivo aspecto parecían salir de tiempos remotos.
Los propietarios del edificio, de mi futuro alojamiento, eran unos tíos carnales de mi mujer residentes en Bilbao. La casa tenía seis pisos de altura con dos por planta y estaba casi vacía. En el verano alquilaban todos los pisos con excepción del primero y la huerta que los dueños se reservaban. La huerta era relativamente grande y llegaba por detrás hasta el mar, donde terminaba en un muro de contención a manera de muelle y con un pequeño embarcadero.
Pedernales no tenía médico. Los enfermos eran atendidos por el titular del cercano pueblo de Busturia, Miguel Mendieta, vasco grande y fuerte, cuya rectitud y competencia le habían creado una sólida reputación por el contorno. Su primera visita profesional fue al día siguiente y en ella quedé convencido de tratar con un hombre no contaminado de la cobardía cívica tan general por entonces.
Entre el grupo de casas cercanas la guerra civil había dejado su rastro. El fusilamiento que más impresión había producido en el pueblo era el marido de Ramona, dueña de una taberna cercana. Con el gobierno vasco dueño de la situación, anteriormente por más de un año al comenzar la guerra civil, ni allí ni en ninguno de los pueblos cercanos hubo otras muertes que las naturales y las producidas por la lucha en los frentes. La segunda persona que conocí fue Pedro Plasta, viejo marino retirado y antiguo capitán de barca mercante. El nombre singular y único por el cual era conocido en la vecindad tenía su origen en una de sus aventuras marinas durante la primera guerra mundial.
Entablé amistad con una señora llamada Amelia, cuyo marido a la sazón huido en Francia manejaba anteriormente un negocio de venta y transporte de carbón en Bilbao. Tenía aquella bella mujer siete hijos de ambos sexos, el mayor un muchacho de unos cartoce años.
El piso que yo habitaba comprendía toda la planta baja de la casa y tenía dos terrazas, una frente a la carretera y la otra orientada casi al norte que daba a la huerta.
Frente al muro que cerraba la huerta se veía la pequeña isla de Chacharramendi (1) cubierta de árboles. Estaba unida a tierra firme por un estrecho y rústico puente de madera.
En el centro de la isla había un hotel, casi vacío por ser invierno, donde un enfermo esperaba la visita de Mendieta.
Como respuesta a mi curiosidad por la diminuta isla contó el médico de un cadáver que hacía muchos años había arrojado la marea a sus playas. El ayuntamiento de Mundaca no quiso recoger y enterrar al muerto alegando que el lugar estaba fuera de su jurisdición. Lo mismo y por indéntico razonamiento fue el criterio de Pedernales. El caso quedó resuelto por la intervención de un tabernero del pueblo, el cual mediante generosa invitación de vino consiguió que los mozos del pueblo retirasen y dieran sepultura al ahogado. Adjudicado así el título de propiedad a Pedernales, su municipio vendió poco después la isla a un sujeto que instaló allí un criadero de langostas. Fracasado el negocio siguieron otras transacciones hasta que finalmente pasó la isla de Chacharramendi a ser propiedad de los Gandarias, prominente familia de Bilbao.
En la siguiente visita del Dr. Mendieta supe de su amistad con D. Indalecio Prieto y la precipitada salida del jefe socialista para Madrid desde Pedernales, donde estaba al ocurrir el asesinato de Calvo Sotelo.
Situado entre los pueblos de Busturia y Pedernales estaba el edificio más importante del contorno, un sanatorio para niños pobres de Bilbao llamado La Colonia. De construcción moderna, rodeada de amplio parque y dotada de excelente equipo médico, La Colonia había sido transformada en hospital de sangre y así funcionó toda la guerra civil.
Otra casa cercana era la del conde de Guagón, un madrileño con muchos años de residencia allí y convertido en jefe nacionalista vasco en aquella región.
El chalet de Guagón parecía sólido y espacioso, yo nunca lo conocí por dentro. Un parque rodeaba la casa en toda su extensión hasta el mar. El hermano del general navarro Solchaga y comandante militar del distrito, tenía allí su residencia.
La carretera de Guernica a Bermeo está rodeada de bellos pueblecitos esparcidos por las laderas de los montes, paisaje característico de las provincias vascas. A distancia media entre los pueblos de Busturia y Mundaca está Pedernales. Las casas de sus escasos doscientos vecinos estaban la mayor parte agrupadas en lo alto de una colina a la derecha del camino. Pedernales tenía una vida intensa en el verano, cuando acudían de Bilbao los veraneantes en busca del aire puro de mar y montaña, el resto del año parecía una aldea silenciosa de carácter casi bíblico. Aparte del tren de vía estrecha en la estación terminal, algún automóvil de línea o coche particular, y por la noche los camiones del pescado procedente de Bermeo, lo único que se oía a intervalos era el chirrido de las carretas de bueyes, cuyas toscas ruedas de madera y primitivo aspecto parecían salir de tiempos remotos.
Vista de la Casa Damboronea |
Pedernales no tenía médico. Los enfermos eran atendidos por el titular del cercano pueblo de Busturia, Miguel Mendieta, vasco grande y fuerte, cuya rectitud y competencia le habían creado una sólida reputación por el contorno. Su primera visita profesional fue al día siguiente y en ella quedé convencido de tratar con un hombre no contaminado de la cobardía cívica tan general por entonces.
Damboronea Etxea en la actualidad |
Entablé amistad con una señora llamada Amelia, cuyo marido a la sazón huido en Francia manejaba anteriormente un negocio de venta y transporte de carbón en Bilbao. Tenía aquella bella mujer siete hijos de ambos sexos, el mayor un muchacho de unos cartoce años.
El piso que yo habitaba comprendía toda la planta baja de la casa y tenía dos terrazas, una frente a la carretera y la otra orientada casi al norte que daba a la huerta.
Frente al muro que cerraba la huerta se veía la pequeña isla de Chacharramendi (1) cubierta de árboles. Estaba unida a tierra firme por un estrecho y rústico puente de madera.
En el centro de la isla había un hotel, casi vacío por ser invierno, donde un enfermo esperaba la visita de Mendieta.
Hotel Txatxarramendi con su pasarela de madera |
Vista de la Colonia Infantil de pedernales en 1929 |
Situado entre los pueblos de Busturia y Pedernales estaba el edificio más importante del contorno, un sanatorio para niños pobres de Bilbao llamado La Colonia. De construcción moderna, rodeada de amplio parque y dotada de excelente equipo médico, La Colonia había sido transformada en hospital de sangre y así funcionó toda la guerra civil.
Otra casa cercana era la del conde de Guagón, un madrileño con muchos años de residencia allí y convertido en jefe nacionalista vasco en aquella región.
El chalet de Guagón parecía sólido y espacioso, yo nunca lo conocí por dentro. Un parque rodeaba la casa en toda su extensión hasta el mar. El hermano del general navarro Solchaga y comandante militar del distrito, tenía allí su residencia.
1938
El tiempo malo con intermitentes lluvias continuó por varias semanas. La temperatura no bajaba mucho en aquel clima marítimo, pero la humedad combinada con las ventanas siempre abiertas y la cama sin colchón, hacían del frío muy penetrante en aquella casa sin calefacción.
Mendieta, recordó las matanzas en las iglesias de Durango y Guernica de centenares de fieles por la aviación nazi. Fue entonces cuando por primera vez oí al médico hablar del bombardeo de Guernica por los alemanes, en el cual figuraban muchas victimas de su distrito médico.
-En veinticinco kilómetros a la redonda raro es el caserío que no guardó luto. Un día y la hora fueron bien elegidos para la matanza. El mercado estaba en su apogeo cuando aparecieron las primeras olas de aviones, que sucesivamente dejaron el pueblo de Guernica hecho un montón de escombros humeantes. No había allí tropas ni objetivo militar alguno para justificar tal acción y la única finalidad era sembrar el terror en la retaguardia. Terminada la destrucción completa de la villa, aún volvieron los aviones alemanes para ametrallar casi al ras del suelo las masas de campesinos, mujeres y niños en su mayoría, que huían despavoridos por las carreteras de salida del pueblo.
Durante el verano de 1938 y en su paso hacia las playas cercanas recibí visitas de amigos, antiguos compañeros de carrera o deporte.
La visita más importante para mí fue la de Carmelo Goyenechea; habíamos hechos juntos en el año 1924 el viaje a los juegos Olímpicos de París y jugado muchas veces en lados opuestos de la línea media, durante nuestra vida activa de fútbol. Las cordiales relaciones de antaño quedaron transformadas en estrecha y fraternal amistad.
Al finalizar septiembre abandonaron el pueblo casi todos los veraneantes. A horas fijas pasaba por la carretera una vieja solitaria a la que muchos saludaban con gran respeto. Por Pedro el marino supe que era la viuda de Sabino Arana, fundador del separatismo en la región, fallecido hacía tiempo y muy popular por aquellas tierras durante su vida.
En aquellas templadas tardes de otoño gustaba como pasatiempo contemplar el mar. Las mareas eran muy vivas y al subir cubrían una gran extensión de arena dorada. El espectáculo además de distracción me daba tranquilidad.
Una tarde en la solitaria atalaya conocí un joven llamado Pablo, que trabajaba en el ferrocarril de Amorebieta a Pedernales (2), su estación terminal. Tendría unos veinticuatro años y de mediana estatura... Con los días me atreví a preguntarle como no estaba movilizado como otra gente, comentandome entonces como estuvo con el ejercito regular vasco, haciendo la retirada desde San Sebastian. Pasando un tiempo de carcel,... donde entre otros aspectos fue testigo el día 24 de octubre de la ejecución de tres sacerdotes de la parroquia de Mondragón, y que igualmente un amigo le había contado la muerte de dos sacerdotes de su pueblo, Martín Lecuona y Gervasio de Albizu.
El sumario y final de la República
El tiempo malo con intermitentes lluvias continuó por varias semanas. La temperatura no bajaba mucho en aquel clima marítimo, pero la humedad combinada con las ventanas siempre abiertas y la cama sin colchón, hacían del frío muy penetrante en aquella casa sin calefacción.
D. Niceto Alcala Zamora, Pete. de la República a la Colonia |
-En veinticinco kilómetros a la redonda raro es el caserío que no guardó luto. Un día y la hora fueron bien elegidos para la matanza. El mercado estaba en su apogeo cuando aparecieron las primeras olas de aviones, que sucesivamente dejaron el pueblo de Guernica hecho un montón de escombros humeantes. No había allí tropas ni objetivo militar alguno para justificar tal acción y la única finalidad era sembrar el terror en la retaguardia. Terminada la destrucción completa de la villa, aún volvieron los aviones alemanes para ametrallar casi al ras del suelo las masas de campesinos, mujeres y niños en su mayoría, que huían despavoridos por las carreteras de salida del pueblo.
Durante el verano de 1938 y en su paso hacia las playas cercanas recibí visitas de amigos, antiguos compañeros de carrera o deporte.
La visita más importante para mí fue la de Carmelo Goyenechea; habíamos hechos juntos en el año 1924 el viaje a los juegos Olímpicos de París y jugado muchas veces en lados opuestos de la línea media, durante nuestra vida activa de fútbol. Las cordiales relaciones de antaño quedaron transformadas en estrecha y fraternal amistad.
Vista de Txatxarramendi y Artadi desde Portuondo |
En aquellas templadas tardes de otoño gustaba como pasatiempo contemplar el mar. Las mareas eran muy vivas y al subir cubrían una gran extensión de arena dorada. El espectáculo además de distracción me daba tranquilidad.
Una tarde en la solitaria atalaya conocí un joven llamado Pablo, que trabajaba en el ferrocarril de Amorebieta a Pedernales (2), su estación terminal. Tendría unos veinticuatro años y de mediana estatura... Con los días me atreví a preguntarle como no estaba movilizado como otra gente, comentandome entonces como estuvo con el ejercito regular vasco, haciendo la retirada desde San Sebastian. Pasando un tiempo de carcel,... donde entre otros aspectos fue testigo el día 24 de octubre de la ejecución de tres sacerdotes de la parroquia de Mondragón, y que igualmente un amigo le había contado la muerte de dos sacerdotes de su pueblo, Martín Lecuona y Gervasio de Albizu.
El sumario y final de la República
El mes de enero de 1939 fue frío y lluvioso, lo pasé recluido en el cuarto sin poder salir a la huerta y contadas veces a la terraza.
En la parte alta del pueblo había un pequeño chalet con su jardín al borde del acantilado sobre el mar. Allí vivía con su madre y una vieja sirvienta una joven llamada Garbíñe. La enfermedad de aquella joven y la mía era la misma, así como nuestras camas de ruedas, construidas por el herrero del pueblo, también eran gemelas.
La madre de Garmiñe era íntima amiga de Amelia y tenía la costumbre de ir dos veces por semana al mercado de Guernica. En su obligado paso hacia la estación había parado varias veces para hablarme, cuando tumbado en mi cama de ruedas pasaba las tardes de buen tiempo en la terraza. Enterada aquella señora de mis excursiones por la huerta y el muelle, un día que entró a verme con Amelia, me indicó la gran alegría y optimismo que mi visita podría producir en su hija. Consciente de las dificultades de transporte, prometió conseguir unos muchachos del pueblo para empujar la cama móvil a través de las empinadas cuestas que formaban las calles del pueblo, si tomaba la decisión de visitarlas. Pocos días después transportado por cuatro muchachos del pueblo, con gran cuidado y bastante facilidad aparecí en la casa de Garmiñe.
Además de la madre estaban allí otras dos personas. Uno era el hijo del fallecido farmacéutico de Busturia.
La madre de Garbiñe, había sido dueña de un comercio de ultramarinos en Guernica, librandose del bombardeo al no encotrarse en esos momentos en la población, pero un empleado suyo no corrió la misma suerte, falleciendo en el mismo.
El otro hombre amigo de la casa era un joven de Durango que naturalmente habló de los horrores del bombardeo en su pueblo.
Para preparar su casa para el verano y revisar la propiedad. llegaron los tíos de Teresa. El choque hasta entonces evitado, se produjo rápido e inesperado cuando contesté con duras palabras una de las impertinencias de don Ricardo, el tío de mi mujer. El resultado fue la completa rotura de relaciones. Su reacción a la violenta escena llegó una semana después con una carta seca, en la cual y con el pretexto de necesitar el piso nos conminaba al abandono inmediato de la casa. El problema planteado en aquellas circunstancias tenía dificil solución. Una componenda de mi suegra a base de pagar cuatro veces el precio de alquiler normal, aplacó la ira de don Ricardo. De esta forma pudimos continuar habitando la casa, hasta encontrar otra cercana a la estación que quedó vacía al terminar la temporada de verano.
En la parte alta del pueblo había un pequeño chalet con su jardín al borde del acantilado sobre el mar. Allí vivía con su madre y una vieja sirvienta una joven llamada Garbíñe. La enfermedad de aquella joven y la mía era la misma, así como nuestras camas de ruedas, construidas por el herrero del pueblo, también eran gemelas.
La madre de Garmiñe era íntima amiga de Amelia y tenía la costumbre de ir dos veces por semana al mercado de Guernica. En su obligado paso hacia la estación había parado varias veces para hablarme, cuando tumbado en mi cama de ruedas pasaba las tardes de buen tiempo en la terraza. Enterada aquella señora de mis excursiones por la huerta y el muelle, un día que entró a verme con Amelia, me indicó la gran alegría y optimismo que mi visita podría producir en su hija. Consciente de las dificultades de transporte, prometió conseguir unos muchachos del pueblo para empujar la cama móvil a través de las empinadas cuestas que formaban las calles del pueblo, si tomaba la decisión de visitarlas. Pocos días después transportado por cuatro muchachos del pueblo, con gran cuidado y bastante facilidad aparecí en la casa de Garmiñe.
Además de la madre estaban allí otras dos personas. Uno era el hijo del fallecido farmacéutico de Busturia.
La madre de Garbiñe, había sido dueña de un comercio de ultramarinos en Guernica, librandose del bombardeo al no encotrarse en esos momentos en la población, pero un empleado suyo no corrió la misma suerte, falleciendo en el mismo.
El otro hombre amigo de la casa era un joven de Durango que naturalmente habló de los horrores del bombardeo en su pueblo.
El médico D. Julio Mendieta |
Una tarde entró Amelia en la terraza y llorando me dio la inesperada noticia. El médico Mendieta acababa de morir hacía media hora. El pequeño automóvil utilizado por el médico para sus visitas, antes de su arresto y traslado a Vitoria, quedó incautado por las autoridades falangistas. Al salir de la cárcel y reanudar sus actividades profesionales, siguió usando el caballo para visitar los enfermos de los caseríos y una bicicleta en sustitución del coche para las visitas a lo largo de la carretera. Algunas veces en estos menesteres solía ir acompañado de su hijo mayor, muchacho fuerte y hermoso de unos doce años de edad. Aquella tarde cuando padre e hijo bajaban en sus bicicletas una empinada cuesta entre Guernica y Pedernales, se produjo el fatal accidente. Carreteras, ferrocarriles y demás medios de transporte estaban en deplorable estado de conservación por la guerra. En muchos sitios las hasta la guerra civil bien cuidadas carreteras de Vizcaya, estaban descarnadas y con profundos baches. En uno de estos hoyos perdió Mendieta el dominio de su bicicleta y al caer su cabeza chocó contra una gruesa piedra. La fractura del cráneo le produjo la muerte instantanea.
La muerte del médico, mi mejor amigo allí, me afectó mucho y la desgracia fue muy sentida en los dos pueblos de Busturia y Pedernales.
La muerte del médico, mi mejor amigo allí, me afectó mucho y la desgracia fue muy sentida en los dos pueblos de Busturia y Pedernales.
Foto del Hotel Paco en 1932, derribado en 1970 |
EL HOTEL PACO
Al mudarnos de casa empecé a frecuentar el Bar Paco. Aquella propiedad la formaban dos edificios separados por un patio, y una huerta a fondo. La casa pequeña era garaje en la planta y habitaciones de servicio en la superior. La construcción principal era un combinación de bar, hotel y café. Unas terrazas elevadas sobre la carretera descubrían al frente una amplia vista de la bahía con la isla de Chacharramendi en su centro. Por su buen servicio y ser el único hotel en aquella parte de la ría, siempre estaba lleno en el verano. Allí conocí a Paco y a su primo Vicente, pasando con ellos bastantes momentos de tertulia.
Hacia finales de Marzo de 1940, una mañana paró frente a nuestra nueva casa un coche de la embajada italiana en Madrid. Dos oficiales del estado mayor del general Gámbara entraron y después de saludar me entregaron la copia de un inesperado documento. En virtud de varios artículos del código militar vigente, quedaba demostrada la falsedad de los cargos y con un gran número de consideraciones y resultandos me daban la libertad.
Para celebrar la noticia fuimos a comer al bar Paco. Teresa y yo disfrutábamos una excelente comida y la agradable conversación de los dos correctos oficiales italianos. Luego recordaron la campaña del norte cuando ambos formaban parte del cuerpo de ejército italiano que atacaba por la costa cantábrica. Uno de ellos estuvo a punto de caer prisionero al transmitir un mensaje a Bermeo, cuando el puente de Mundaca volvió a caer en poder de los Gudaris.
El oficial más joven comentó:
-La campaña fue dura. Varios meses nos tomó avanzar los treinta kilómetros que nos separaban de Bilbao en línea recta. El coraje de los vascos y los destacamentos asturianos de refuerzos fue magnífico, no obstante su armamento de calidad inferior y la casi total carencia de aeroplanos. Nuestra aviación saturaba de bombas los altos de Sollube para abrir paso a la infantería que tomaba posesión de las cotas. Por la noche venía el contra-ataque y a punta de bayoneta reconquistaban las posiciones. La mañana siguiente las líneas del frente estaban en el mismo sitio y teníamos que empezar de nuevo. ¡Qué hombres! ¡Cómo nos gustaría tenerlos combatiendo a nuestro lado!.
El resto de la primavera lo dedicamos a preparar nuestra salida de España tan pronto como fuera posible.
Ayudado por el grueso bastón y el corsé ortopédico, al que terminé por acostumbrarme después de un largo y molesto período, comencé a visitar los pueblos cercanos. Alguno de mis paseos pasaron de los veinte kilómetros. Conocí la parte opuesta de la ría, Laída y la playa de Laga, pero fue en el lado de Pedernales donde me movía con más frecuencia y especialmente entre los pueblos de Busturia, Guernica, Bermeo y Mundaca. En Bermeo tuve ocasión de ver las pintorescas transacciones a la llegada de los barcos pesqueros. Durante mis pasados tiempos de inmovilidad había oído desde mi cama de ruedas las risas y cantos de aquellos pescadores. Era costumbre de aquella gente de mar al terminar las diferentes estaciones de pesca, sardina, bonito, etc., repartir sus bonos y ganancias celebrando una comida en la taberna de Ramona. En tremendo banquete celebraban su fiesta con una alegría dificil de superar y que duraba horas.
De todo el contorno el pueblo que me produjo mayor impresión fue Mundaca. Sus calles limpias y modestas, los caserones y chalets con grandes escudos tenían una dignidad marina de sencillez, elegancia y seriedad imponentes. En aquel pueblo de capitanes de barco, las calles olían a salitre, brea y aire de mar.
Libertad
Para celebrar la noticia fuimos a comer al bar Paco. Teresa y yo disfrutábamos una excelente comida y la agradable conversación de los dos correctos oficiales italianos. Luego recordaron la campaña del norte cuando ambos formaban parte del cuerpo de ejército italiano que atacaba por la costa cantábrica. Uno de ellos estuvo a punto de caer prisionero al transmitir un mensaje a Bermeo, cuando el puente de Mundaca volvió a caer en poder de los Gudaris.
El oficial más joven comentó:
-La campaña fue dura. Varios meses nos tomó avanzar los treinta kilómetros que nos separaban de Bilbao en línea recta. El coraje de los vascos y los destacamentos asturianos de refuerzos fue magnífico, no obstante su armamento de calidad inferior y la casi total carencia de aeroplanos. Nuestra aviación saturaba de bombas los altos de Sollube para abrir paso a la infantería que tomaba posesión de las cotas. Por la noche venía el contra-ataque y a punta de bayoneta reconquistaban las posiciones. La mañana siguiente las líneas del frente estaban en el mismo sitio y teníamos que empezar de nuevo. ¡Qué hombres! ¡Cómo nos gustaría tenerlos combatiendo a nuestro lado!.
El resto de la primavera lo dedicamos a preparar nuestra salida de España tan pronto como fuera posible.
Ayudado por el grueso bastón y el corsé ortopédico, al que terminé por acostumbrarme después de un largo y molesto período, comencé a visitar los pueblos cercanos. Alguno de mis paseos pasaron de los veinte kilómetros. Conocí la parte opuesta de la ría, Laída y la playa de Laga, pero fue en el lado de Pedernales donde me movía con más frecuencia y especialmente entre los pueblos de Busturia, Guernica, Bermeo y Mundaca. En Bermeo tuve ocasión de ver las pintorescas transacciones a la llegada de los barcos pesqueros. Durante mis pasados tiempos de inmovilidad había oído desde mi cama de ruedas las risas y cantos de aquellos pescadores. Era costumbre de aquella gente de mar al terminar las diferentes estaciones de pesca, sardina, bonito, etc., repartir sus bonos y ganancias celebrando una comida en la taberna de Ramona. En tremendo banquete celebraban su fiesta con una alegría dificil de superar y que duraba horas.
De todo el contorno el pueblo que me produjo mayor impresión fue Mundaca. Sus calles limpias y modestas, los caserones y chalets con grandes escudos tenían una dignidad marina de sencillez, elegancia y seriedad imponentes. En aquel pueblo de capitanes de barco, las calles olían a salitre, brea y aire de mar.
Libertad
El 15 de Junio de 1940 a bordo del Magallanes cruzabamos el puente de Portugalete abandonando la costa vasca.
Al fin y al cabo, pensé ¿qué puedo hacer yo en España?.
Por cualquier lado que se mirase sólo se veían hipocresía, vanidad y humillaciones. No quedaba ni verdadera religión ni ciencia. El ideal y la decencia había desaparecido de España.
Al fin y al cabo, pensé ¿qué puedo hacer yo en España?.
Por cualquier lado que se mirase sólo se veían hipocresía, vanidad y humillaciones. No quedaba ni verdadera religión ni ciencia. El ideal y la decencia había desaparecido de España.
NOTA: Las fotos antiguas de Pedernales corresponden a Julio Ruiz de Velasco, autor del libro “Ruta Historico-Grafica de Sukarrieta-Pedernales (1900-2000)”
(1) La isla de Txatxarramendi: En 1896 fue inaugurado en su cima un lujoso hotel dotado con baños de mar terapéuticos y con un salón con capacidad para mil comensales. En este hotel se alojaron monarcas, cineastas famosos y miembros de la aristrocracia europea de la época. En 1936 cerró sus puertas, y en 1946 fue demolido, dejando paso al encinar, que sumió en la sombra los últimos vestigios de sus muros y escaleras.
(2) El ferrocarril Bilbao-Bermeo: El ferrocarril llegó a Sukarrieta en 1899, diez años después de ser construido el tramo Amorebieta-Gernika. Hubo de esperar a 1955 para que llegara a conectar la capital vizcaína con Bermeo. Destinado a tráfico de viajeros, en ocasiones funcionó también como mercancías, teniendo un especial protagonismo en los años 40, cuando permitió abastecer de arena y cal de Sukarrieta (Pedernales) para la reconstrucción de la Villa Foral tras el dramático bombardeo a que fue sometida en 1937.
Ambas notas han sido copiadas del panel informativo que se encuentra en el Parque de Pedernales (Sukarrieta)
(2) El ferrocarril Bilbao-Bermeo: El ferrocarril llegó a Sukarrieta en 1899, diez años después de ser construido el tramo Amorebieta-Gernika. Hubo de esperar a 1955 para que llegara a conectar la capital vizcaína con Bermeo. Destinado a tráfico de viajeros, en ocasiones funcionó también como mercancías, teniendo un especial protagonismo en los años 40, cuando permitió abastecer de arena y cal de Sukarrieta (Pedernales) para la reconstrucción de la Villa Foral tras el dramático bombardeo a que fue sometida en 1937.
Ambas notas han sido copiadas del panel informativo que se encuentra en el Parque de Pedernales (Sukarrieta)
UNA VIDA MARCADA POR LA GUERRA
ResponderEliminarIngeniero industrial y capitán del Real Madrid
Patricio P. Escobal nació en Logroño en 1904. Fue ingeniero industrial y atleta hasta llegar durante los años veinte a ser capitán del Real Madrid. En la década de los 30 se afilió a Izquierda Republicana. Escribió su libro “Las Sacas” sobre los padecimientos que sufrieron él y sus compañeros en las prisiones habilitadas en Logroño por los militares rebeldes a la Segunda Republica, recién comenzada la Guerra Civil. En “Las Sacas” relata represalias asesinas y las enfermedades y angustias que la falta de libertad le ocasionaron. En 1936 acababa de ser padre tras su matrimonio con Teresa (hermana del oftalmólogo Ramón Castroviejo), también logroñesa, con la que mantuvo una historia de amor que duró sesenta años. En sus memorias la menciona con prudencia. La influencia de su familia contribuyó seguramente a su exclusión de las ciento de sacas que sufrió. Después de su liberación se instalaron en los Estados Unidos, en Nueva Cork, donde contacta con los exiliados españoles. Era un hombre de corazón abierto, quien, cuando regresaba a Logroño a ver a su madre, en sus ojos anidaba un deseo de llevarse su Rioja a través del océano. En el exilio abrió una tienda de electrodomésticos y, después de catorce años de estancia, logró convalidar su título. Ingresó en el Ayuntamiento de Nueva York hasta su jubilación. A pesar de la calidad del texto, Escobal nunca se consideró un escritor. Su intención fue, como la de Primo Levi, dejar testimonio de la barbarie.
J.M. Lander. Noticias de La Rioja, viernes 7 de octubre de 2005